viernes, 1 de junio de 2012

LA AVENTURA DEL CHACO (2) aventuras en aviones y barcos.




Para situaros en el sitio: Habíamos salido de Puerto Casado (pegado al río Paraguay, a la mitad) y teníamos que llegar a Asunción, más o menos 350 kms, y estaríamos a unos 50 kms. al Norte de la carretera de Pozo Colorado a Concepción.

Parada de los dos motores de la Cessna a 1000 metros de altura.

Este más o menos era el modelo de Cessna que llevábamos, ya que es difícil de saberlo exactamente pues de este magnífico aparato que se ha estado fabricando durante más de 30 años, se han fabricado innumerables modelos. Seguro el nuestro era un 320 Skyknight que fue de los últimos modelos fabricados a primeros de los años 80.            
Plaf, plaf, plaf ...plaf. El motor de la derecha de la Cessna bimotor de hélice se había parado.
Yo iba de copiloto aparentando tranquilidad, medio adormilado en mi siesta, di un sobresalto y abrí mi ojo derecho, miré muy preocupado el motor que se había parado ¡totalmente!. A continuación miré a mi izquierda para ver la reacción del piloto, que estaba junto a mi. Vi que se estaba quedando de color blanco y que miraba atentamente todos los relojes del cuadro, dándole porracitos con el índice de la mano derecha por si indicaban que algo iba mal, como si no fuera suficiente información ver parada la hélice  del motor derecho. Volábamos a 3.000 pies, unos 1.000 metros de altura. Abajo un mar verde. En la parte del Chaco que estábamos sobrevolando solo se veía una interminable alfombra verde donde destacaba por encima algún árbol de porte superior. Todavía no había demasiado motivos de alarma ya que la Cessna es capaz de recorrer los 250 kilómetros que faltaban hasta Asunción con el motor que funcionaba por lo que había motivos para preocuparse  pero no para asustarse ya que el avión, por su parte, no había hecho movimientos extraños  ni se había inclinado por la pérdida del motor.

Esta era la imagen que íbamos buscando, una carretera en medio de los árboles, pero en el punto que estábamos sólo se veían árboles. Esta es la Estancia Machete a 40 kms de Casado con la carretera en la esquina superior izquierda. Habíamos pasado por allí hacia pocos minutos, pero ya con los dos motores parados sería imposible llegar a la carretera si dábamos la vuelta.
No habrían pasado ni cinco minutos, aunque el tiempo en esos casos es muy difícil de calcular dada la velocidad a la que funciona el cerebro, que más bien se dedica a fabricar adrenalina, pero seguro que fue muy poco tiempo. Plaf, plaf, plaf ... plaf, se paró el segundo motor. Tampoco esta vez la avioneta dio ningún salto, simplemente se noto la falta de tracción de los motores, como cuando vas en el reactor y quita gases para descender. Nuevamente miré al piloto y se estaba quedando lívido. Miraba a todos sitios, relojes, indicadores superiores, inferiores, a su izquierda, a la derecha -que estaba yo, "más callado que en Misa", acongojado, más bien- y realmente se le notaba que no tenía ni idea de lo que le ocurría al avión. Por mi parte se me iban a salir los ojos de la órbita mirando hacia abajo buscando un claro en la selva, o alguna de las cientos de pistas particulares o clandestinas que allí existen, algún camino o río donde poder bajar y realizar un aterrizaje o amerizaje de emergencia. Sólo árboles, millones y millones de arboles, sin ninguna posibilidad de tomar tierra, sólo la de tomar madera en cantidades industriales.

Este es Puerto Casado. De esta pista que se ve en la parte izquierda habíamos despegado. También en esta pista se salió el DC-3, por la parte izquierda y quedó atrapado en el barro y a su vez, el otro que vino a retirar los motores, se estrelló contra la pequeña nave que se ve a la izquierda, e inicio de la pista, que metió el morro dentro del almacén y quedó con las alas empotradas en las dos paredes laterales. No hay que ser adivino. Los frenos fallaron, tal vez iban peridendo líquido y los pilotos no le dieron importancia porque hacía días que perdía y seguía frenanado.

Este fue mi primer viaje al Chaco paraguayo y esta es la pista de Puerto Casado. El que está junto a la Cessna debe ser Escobar, ya que él era entonces el piloto de la empresa. Junto a mi están, Ángel Cavanagh, Oscar Ferreiro, Eugenio Bertolí, el director General de Caja Rural de Sevilla (Federico), Chacho  y Eugenio Hermosa. Otro día os contaré sobre los personajes.


 Hacía un par de meses que, Escobar,  el piloto que nos llevó por primera vez a Puerto Casado desde Asunción, en el momento de la narración, estaba hospitalizado con el 90% de su cuerpo quemado por un accidente parecido al que se nos podía pronosticar en estos momentos. Parada de los dos motores en medio del Chaco. Escobar había realizado un vuelo rutinario a una estancia para llevar a los dueños a dar una vuelta y después de aterrizar con normalidad  y ya casi parado, las dos ruedas de su Cessna bimotor, cayeron en una espacie de zanja que no se veía desde el aire, con el resultado de que se destrozaron las dos hélices al chocar con el suelo, sin más consecuencias. A los pocos días le enviaron dos hélices nuevas desde Asunción y las montaron sin mucha dificultad. Realmente los paraguayos son extremadamente mañosos y capaces de arreglar cualquier cosa, eso sí, "con su exclusiva garantía personal". Una vez las dos hélices nuevas funcionando perfectamente y después de probarlas durante un buen rato  decide nuestro expiloto de la empresa, Escobar, retornar a la capital. En menos de una  hora de estar en vuelo se le paró un motor porque la hélice lo había dañado, por no estar debídamente contrapesada, algo difícil de efectuar en el campo y que ellos, piloto y copiloto, decidieron que no hacía falta para llegar a la ciudad. Poco tiempo duró el segundo motor que también se paró por la misma causa y como nosotros volaban a tres mil pies. La caída nos es rápida pero sí inexorable y como nos ocurría a nosotros en este momento, no vieron, ni pistas, ni caminos, ni claros, ni ríos. Sólo madera pura y dura. Lógicamente, en el aterrizaje forzoso, el avión se destrozó y los dos quedaron muy mal heridos. El avión se incendió, antes de pararse, por los continuos golpes contra los arbustos leñosos, palmeras y árboles de mayor porte. Escobar no se podía mover, estaba semi-atrapado y ya entre las llamas. El copiloto, cuyo nombre desconozco y en un acto heroico, salió por su lado y retornó al avión incendiado, por la otra puerta, para sacar el cuerpo en llamas de su amigo Escobar. Pudo sacarlo, no se sabe cómo, y lo arrastró unos metros para evitar el fuego y los efectos de la segura explosión de los depósitos de carburante. Debió ser un esfuerzo sobrehumano, ya que el copiloto cuando dejó a Escobar apoyado en un árbol cercano cayó muerto encima de él. Los sanitarios tardaron casi 24 horas en llegar  al lugar del accidente y la escena debió de ser espeluznante. Un hombre totalmente quemado con la cara desfigurada, casi sin ropa, pues también ardió, la espalda apoyada en un árbol y con otra persona con medio cuerpo encima suya que tampoco se movía. Poco tiempo antes de nuestro viaje que estoy narrando Hugo, -un amigo que trabaja en Casado S.A., excelente persona, y que tenía una buena relación con el piloto Escobar, ya que éste vivía alternando Puerto Casado y Asunción, pues tenía las dos casas "totalmente" montadas, es decir desde las sillas hasta los niños para ocuparlas en cada una de ellas-, había visitado al piloto en el hospital y nos dijo que ese hombre jamás recuperaría su físico ni tampoco su estabilidad mental. Sus hijas estaban con él día y noche y el sufrimiento era atroz.
Con esa perspectiva en la cabeza andaba buscando desesperadamente a ver si encontraba un hueco donde aterrizar nuestro avión. Nada: sólo veíamos árboles y aunque no tengo ninguna buena foto aérea del Chaco profundo, -porque normalmente lo cubre una neblina, provocada por los enormes incendios provocados por los ganaderos para limpiar el campo y que salga nueva pastura-, pero en cambio tengo un par de fotos que, precisamente al estar talados, en parte, se puede ver el bosque tal y como es en su interior.
                                           
Esta gran brecha en la selva hecha para construir la linea de alta Tensión desde Itaipú hasta Filadelfia quedaba muy al norte de nuestra situación y ni siquiera aquí hubiera resultado aconsejable un aterrizaje de emergencia pues el suelo está muy irregular y hubiese capotado el avión en los primeros metros y el aterrizaje hubiese sido con los pies hacia arriba. Por cierto, en algún punto de esta brecha y en otra estación, la he visto totalmente cubierta por flores amarillas a lo largo de varios kilómetros.
Este desmonte para arrozal cerca del kilómetro 11 os dará una idea de como es el Chaco en general. Palmeras, algarrobos, grandes arbustos leñosos y otros árboles de mayor porte que aquí hace tiempo se talaron.

El avión iba perdiendo altura y yo la confianza de que aquella aventura  terminase bien. No recuerdo haber pasado miedo, en aquellos momentos, -como por ejemplo si recuerdo haber pasado miedo físico, más que en toda mi vida, cuando estando en el Berlín Oriental los aduaneros no me dejaban pasar a la parte Occidental,- o sea que si en esta ocasión hubiese pasado ese tipo de miedo lo recordaría, ya que no se me había borrado el que pasé trece años antes. Os resumo:       -http://pepehermano.blogspot.com.es/2012_11_01_archive.html (Aquí podéis ver el relato completo)-
Estábamos en Berlín Occidental, invitados por el Gobierno Alemán a unas reuniones de Jóvenes Agricultores Europeos, que se realizaron durante la Semana Verde de Berlín de 1982. Contar esta experiencia es tema que da material de sobra para un capítulo completo,  que escribiré llegado el momento, pero aquel día, en Febrero de ese año, habíamos pasado a Berlín Oriental de turismo: el Presidente de Jóvenes Agricultores, José María Giralt, el Secretario General de Jóvani Cultivatori italianos y yo. Pasamos el "Muro", bajo tierra, en el metro de Berlín que estaba gestionado por los comunistas orientales y tenía un aspecto tercermundista: además sucio y abandonado en su cuidado. Pasamos todo el día por Berlín Oriental, de la que conservo muy pocas fotos ya que tenía miedo a que me confundieran con un espía, por tomar imágenes de su estilo de vida cotidiano. Como visita principal recuerdo el Museo de Pérgamo, el más completo de todos los Museos de Arte Hitita del Mundo: como ejemplo basta decir que todo la muralla de la Puerta de Ishtar, entrada principal de la ciudad de Babilonia, -que me impresionó mas que el propio Altar de Zeus de la antigua ciudad de Pérgamo-, que también habían trasladado allí piedra a piedra y como la muralla habían vuelto a edificarlos dentro de unas grandes naves que cubren y protegen estos deslumbrantes monumentos históricos. Es un robo y un atropello al arte genuino de cada país pero también es una suerte que estos vándalos del Norte, trasladaran a su país estos "templos del arte", pues de no ser así, posiblemente hoy no existirían. Pero mucho más me impactó que tres preciosas chicas ente 18 y 20 años, tres vikingas que parecían valkirias, nos siguieron, callada pero insistentemente durante las más de dos horas que duró nuestra visita. Al llegar al  hotel, - a mi pregunta de que "yo sabía que era guapo pero no tanto como para que me persiguiera una valquiria" que le quitaba el hipo al mayor misógino,- me explicaron esa insistente persecución. Simplemente nos ofrecían la entrega de su cuerpo como moneda de cambio para que las sacáramos, como esposas, de aquel "paraíso comunista". Dejaban allí todo, familia, amigos, casa, terruño, honor y decencia a cambio de un incierta, pero prometedora, vida en el mundo Occidental. Al caer la tarde iniciamos el retorno a la parte occidental de la ciudad y el problema llegó al intentar pasar la Aduana, cuando dejaron pasar a mis compañeros y a mi me prohibieron el paso, sin ningún tipo de explicación que yo entendiera, pues por mucho que "ladraba" aquel "doberman" no entendía ni una sola palabra. Por aquella época yo estaba leyendo a Los Maestros Rusos y hacía muy poco tiempo que había leído "Archipiélago Gulag de  Alexander Solzhenitsyn"  Toda la trama de la novela, con la deportación de los contrarios al régimen, al Gulag  Siberiano, se me venía a la cabeza y provocaba en mi un miedo cerval de que me enviasen al inhóspito y frío lugar, sin poder reclamar nada. Ya nos habían advertido en el hotel que pasábamos bajo nuestra exclusiva responsabilidad puesto que en la parte oriental no había ni embajadas ni consulados occidentales. Tras una ardua discusión con un aduanero, que no tenía ni la más mínima intención de comprenderme, y en vista de que yo no me apartaba de la cola y les tenía colapsada la travesía de otros turistas, me indicó, con la seña internacional de "empinar el codo", que debía gastarme los cinco Marcos Orientales, que nos obligaban a cambiar al pasar la frontera, y que no podía sacarlos del país: "Ya está, hijos de puta, lo que no queréis es que os arruine sacando divisas" esa fue mi contestación, textual, que evidentemente no entendió y por eso puedo contárosla. Me volví atrás y en la primera tienda que vi abierta me compré unos calcetines de lana, altos hasta la rodilla, y que por cierto estaban rotos por la liguilla, -cosa que no me importaba lo más mínimo-, y que me envolvieron en un papel de estraza, el mismo que se utilizaba en España hacía treinta años para envolver los alimentos perecederos. Tras enseñarle el paquete al aduanero me dejó pasar para reunirme con mis compañeros que estaban esperándome al otro lado de la Aduana. Nunca en mi vida he pasado tanto miedo como en aquellos momentos en los que no me dejaban salir del Berlín comunista, pues allí me jugaba algo más que la vida, me jugaba mi supervivencia como persona. Al menos esa era la percepción que tuve en aquella hora y en aquel lugar nefasto. Tal vez os parezca un poco exagerado, pero por la mañana habíamos estado en la Casa del Pueblo, -equivalente de nuestros ayuntamientos-, un edifico impresionante con unos frescos evocadores de la fortaleza de los trabajadores del "pueblo y por el pueblo": me riñeron estruendosamente porque tenía los abrigos de los tres a mi lado, bien colocados sobre el enorme sofá, que tenía cientos de asientos vacíos. Yo no podía entender la bronca que me estaba regalando aquella "vaca-burra", hasta que me señaló el guardarropa y señaló los abrigos. Me negué a llevarlos al guardarropa pero los tuve que poner sobre mi regazo. Pero mi bronca, parecía una cariñosa regañina comparada con la que recibieron tres muchachos que estaban sentados a la espalda de mi sofá, ocupando otro kilométrico sofá, y todo por tener las piernas cruzadas en lugar de estar sentados en la postura del cuatro perfecto que es a lo que les obligó aquella bulldog alemana. Con esas perspectivas y recordando las barbaridades cometidas por los comunistas, trokistas, leninistas, estalinistas y cuarenta "istas" más, qué podía pensar si me dejaban "tirado y aislado" en aquel jardín del bienestar socialista, donde los únicos que vivían bien eran los que atropellaban al resto del pueblo. De ese pueblo por el que teóricamente luchaban y por el que habían derrocado primero a los Zares y después a los Nazis. Habían salido de Guatemala para meterse en Guatepeor.
Pero lo cierto es que 1992, -"Que caba con to" como se decía en Sevilla-, también terminó con mi miedo a la muerte. Durante toda mi vida me ha acompañado un pánico atroz a los viajes en avión y tanto era así que tras mi primer vuelo a Canarias, en 1970, con mis padres y Maricarmen, al aterrizar en Sevilla, ya de vuelta, me arrodillé en el suelo y juré que no me subiría más en un avión en toda mi vida. Sin embargo mis obligaciones, como representante de Jóvenes Agricultores, me obligaron a decenas de viajes a Madrid, Roma, Berlín y especialmente Bruselas. No fue hasta 1988 cuando realicé mi primer viaje en avión sin verme obligado por mi trabajo, -precisamente en ese viaje sufrimos un arriesgado aterrizaje en Chicago-, cuando ya la fuerza de la costumbre había conseguido aplacar el pánico a los vuelos, cambiándolo por una normal y sana preocupación. A partir de 1992, -por causas explicables aunque no es este el lugar ni el momento-, le he perdido el respeto, a "la parca", esa sombra encapuchada con la guadaña, y si bien no tengo ninguna prisa por acudir a su cita, lo único que le pido a los Dioses es que no me cambien el orden de des-aparición en mi primer anillo familiar Los mayores primero y el mayor soy yo. Pero en aquellos momentos, allí arriba, en la avioneta, el miedo no apareció, pero muy preocupado si estaba, porque la situación era muy grave y no le veía salida. Miraba al piloto de vez en cuando aunque mi primera atención era para el suelo, y mientras yo buscaba un lugar donde "posarnos", mi atribulado compañero de viaje y mi único ángel de la guarda, que yo viera, no hacía otra cosa que mirar relojes y todo lo que había en cabina y cada vez más blanco. Por fin se le ocurrió algo nuevo y se agachó con el brazo estirado al centro de los dos asientos y abrió una llave de paso: ¡el segundo depósito de gasolina! El muy "ceporro" no recordaba que veníamos con el depósito de la derecha y que cuando éste se terminó, pues se pararon los dos motores. ¡Ah! pero todavía faltaba que los motores arrancaran en pleno vuelo y gracias a los dioses eso no dio ningún tipo de problemas, los dos motores arrancaron con total normalidad y suspiramos profundamente. Con absoluta seguridad ha sido el momento que más cerca he estado, en  toda mi vida,  de dejar de una vez y para siempre, todos los problemas y los gozos de la vida , aunque reconozco que pensar en la tranquilidad de un final definitivo, cuando dejas atrás un montón de problemas sobre las espaldas de tu familia, es una solución cobarde. Pero, por suerte, las desgracias y los infortunios si no acaban contigo te fortalecen.

Los sustos con los Douglas DC 3. 
En junio de 1955, Paraguay compró cuatro Douglas DC-3/C-47. En 1998 TAM, Transportes Aéreos Militares, luego de casi 45 años de servicios ininterrumpidos, dejó de cubrir sus rutas regulares, debido a la falta de rubros para mantenimiento y combustibles por parte del gobierno. Su flota estaba constituida en ese momento por cuatro C.A.S.A. C-212-200 Aviocar y tres Douglas C-47.

Esta imagen del aparato es de wik. pero es claro que os recordará el famoso avión especializado para el transporte de paracaidistas y materiales durante la II Guerra Mundial. <Más tarde usado en la mayor parte de los países sudamericanos para usos civiles, dentro de acuerdos de colaboración del Gobierno Norte-Americano.


Cuando llegamos a Paraguay este era el principal avión de pasajeros que utilizábamos para desplazarnos desde Asunción a Puerto Casado y viceversa. Entonces la carretera de acceso desde la Transchaco hasta Puerto Casado era todavía una picada mejorada donde se podían ver los yacarés tumbados en el camino porque,  por él, podían transcurrir meses sin que pasara nadie. Cuando llovía mucho era intransitable y pronto contaré -en la próxima  aventura del Chaco-, una de esas travesías, en la que tardamos dos días en recorrer los 160 kms. Cuando llegamos a Paraguay en 1994  había 4 de estos aviones. Cuando regresé a España en 1996 sólo quedaba uno, así que las cuentas de la información anterior de wikipedia no se quién se las habrá proporcionado, pero en la pista de Puerto Casado cayeron dos de ellos, el primero al despegar se salió de pista y se coló de lleno en el pozo creado por la extracción de tierra para elevarla. El segundo se estrelló, cuando aterrizó en la misma pista para retirar los dos motores del siniestrado y un tercero que no vimos, pero que nos contaron sin intención de engañar , había tenido un accidente.



Una imagen vale más que mil palabras. Esta foto, tomada por mi, corresponde al año 1994, cuando ya el camino se había rellenado, en algunos lugares y se podía transitar si no caía una lluvia muy intensa, pero la foto tomada, cerca de la estancia Machete, indica la tranquilidad que tenían los caimanes para tomar el sol sin que nadie les molestase.
Uno de los días que subimos al DC-3 en Puerto Casado, para viajar a Asunción, Juan Sorrentino llamó la atención al piloto porque el motor de la derecha tenía una fuga importante de aceite y había formado una  mancha de aceite en el suelo. La contestación del piloto fue que subiéramos que ya hacia días que perdía aceite y no pasaba nada. Parece ser que los DC-3 duraron, en Paraguay, mientras que los americanos enviaban sus motores nuevos que tenían guardados en el desierto de Uthat, -todos los motores sobrantes de la II Guerra Mundial- bien engrasados y envueltos en un plástico, se conservaron durante años en ese ambiente totalmente carente de humedad. Esos motores de repuesto se terminaron en el 93 ò 94 y eso fue lo que duraron esos aviones en Paraguay, lo que duró la provisión de motores nuevos que les enviaban desde América.

En Vallemí, veinte kms. río arriba, donde había una pista de cemento y siempre se podía operar. Teníamos que ir allí muchas veces, cuando en Puerto Casado no se podía aterrizar ni despegar. Al final los aviones de TAM y posteriormente la empresa privada que se quedó con el servicio de esta linea decidieron no operar desde Puerto Casado.

Este aparato es el Douglas DC-3/C47 Dakota que se reconoce por su portón trasero, que servía para subir materiales voluminosos y también para transporte de tropas y personal civil.
Por otra parte, como el servicio de vuelos regulares al interior del Chaco era militar, el trato a los pasajeros era absolutamente deplorable y eso se entiende cuando tenemos la información sobre la situación política. La dictadura del General Stroessner había terminado en 1989 y quien estaba en el poder era el General Andrés Rodriguez, su yerno, que lo había derrocado en un golpe de estado y que inmediatamente convocó elecciones, donde salió de presidente por mayoría absoluta. En Enero del 93 se convocan elecciones a Presidente del Partido Colorado, donde se presentaban dos candidatos, Argaña y Wasmosy. El cargo traía aparejada la presidencia de la Nación en las próximas generales de ese año, ya que el Partido colorado era absolutamente mayoritario y la oposición todavía no estaba estructurada. Fui testigo de que el resultado de las elecciones ofrecido por la Junta Electoral Central dio la victoria a Argaña, pero ese mismo día el General Oviedo, entonces amigo de Wasmosy, aunque poco más tarde comandó un golpe de Estado contra él, que fracasó, se llevó las papeletas al cuartel de Caballería, donde están los tanques acuartelados, y volvió a contar las papeletas con el resultado contrario, quedando como ganador de las elecciones, Juan Carlos Wasmosy. Ese mismo año fue elegido presidente y tuve el honor de conocerle cambiar impresiones con él durante su visita al Chaco y, más tarde, en una recepción que le ofreció nuestro Presidente Felipe González en Asunción, donde estuvimos invitados Maricarmen y yo por la Embajadora española, que nos había tomado, extraoficialmente, bajo su tutela. De esa forma el próximo Presidente del Paraguay desde el 93 al 98 fue el sr. Wasmosy. Durante mi estancia en Paraguay viví el golpe de estado de Oviedo contra Wasmosy y otro posterior, otra vez ?encabezado? por Oviedo. Nunca quedó claro este fallido golpe de Estado, pero mi familia se llevó un susto de muerte cuando se enteraron por la radio, -antes que yo-, del Golpe en Paraguay y salió en TVE un tanque en la puerta de mi hotel, que ellos conocían: el Hotel Plaza de la Plaza Uruguaya, donde estaba el meollo de la "movida". Lo malo es que cuando llamaron y preguntaron por mi, encontraron sólo mi maleta, pues yo me había ido por unos días a Puerto Casado y sólo me llevé una maleta pequeña. Cerraron todos los aeropuertos, las salidas terrestres y las comunicaciones. En mi casa pasaron un par de días asustados hasta que mi amigo Luis Chillelli que estaba en Asunción pudo llamar a casa diciendo que yo estaba bien y fuera de cualquier peligro. Mientras, estaba con mis amigos en Casado preparando algunos arroces, con paloma torcaz, -sustituta del arroz con pato marismeño- y algunas langostas hervidas con las que, además,  preparaba unos canapés con la cabeza que también les encantaban pero que nunca les dije con qué los hacía, ya que en Paraguay no hay tradición marisquera y les hubiera dado "repelús" saberlo. Entre estos amigos estaban los policías militares de la zona, a los que les decía de broma que si seguía así la situación política quería un salvoconducto al Brasil donde dijera que no tenía nada que ver con aquella "movida". Toda esta historia la saco a colación para que se hagáis una idea de lo que era un pasajero de TAM (Transportes Aéreos Militares) para los comandantes de esos aparatos.
En uno de esos viajes -que tuvo que ser en 1995 porque venía Curro conmigo- pasamos un susto que también vale la pena narrar. En aquel vuelo venia también, Tarsicio Sostoa, gobernador del Alto Paraguay que jamás viajaba en estos aviónes, pero aquel día venía con toda la familia. Bueno con su segunda esposa, sus  hijos y no recuerdo si también venía su nueva novia, una preciosidad con 18-20 años que era su secretaria y que pronto sería su tercera esposa. No se si se casó con ella pero si se que se separó de la segunda, porque la separación fue sonada. También se, de buena fuente, que al final de todo esto la Estancia, por la que discutían, no era de Sostoa, sólo estaba disfrutando de ella, y aunque era arrendada para él era como suya. Aquí, este tema, parece un poco complicado pero os aseguro que la explicación sería muy plausible, si pudiera ofrecérosla con todo lujo de detalles. Volviendo al vuelo todo fue normal hasta que llegamos a la enorme pista que disfruta el aeropuerto de Asunción. Podía servir para que aterrizaran los transbordadores espaciales y posiblemente se construyó con esa intención. Cuando aterrizamos nuestro aparato dio un "coletazo" y la rueda trasera se salió fuera de la pista por la derecha. ¡Ajú! chilló Curro, pegando un tirón al asiento delantero, donde iba sentado Sorrentino y que casi lo arranca de cuajo. Pero el DC-3, posiblemente el mejor aparato de la primera mitad del siglo XX, no se inmutó y cruzó la pista en diagonal, que tiene más de cincuenta metros de anchura y cuando ya nos íbamos a salir por la izquierda el piloto le dio otro "regate", imagino que pisando el freno derecho, doblando el timón a tope y usando los flaps correctamente y no nos salimos de pista, pero si lo hizo la rueda trasera, que también pasó por la hierba. ¡Ajú! volvió a gritar Curro, poniendo de nuevo a prueba el anclaje del asiento delantero, donde Sorrentino, que estaba tan asustado como él y como el resto de pasajeros, que estaban rezando todo lo que sabían y algo que todavía no habían aprendido. El piloto no parecía capaz de dominar el aparato y entonces optó por lo más inteligente y que debía haber hecho la primera vez, en lugar de intentar llevar el avión como un coche. No le vi la cara a aquel otro "ceporro" pero gracias a Dios optó por despegar de nuevo y tras enderezar el avión hizo un aterrizaje perfecto, lo que no era ninguna azaña con ese avión, esa pista y el día tan estupendo que teníamos, soleado y sin viento que perturbara el aterrizaje.
Menos mal que no llevábamos este piloto el día que aterrizamos en Chicago ,el grupo de agricultores de la cooperativa Veta La Mora, que íbamos a visitar las instalaciones de Buttle en la ciudad de Bloominton donde se habían fabricado los silos, para almacenar arroz, que habíamos montado. Aterrizamos con el 727 con un viento lateral de cerca de 100 kilómetros hora, el avión atacó la pista con su eje en un ángulo de 45 grados respecto al eje de la pista y tomó tierra, luchando contra el viento,  apoyando  la rueda derecha primero y el ala pasó a menos de medio metro del suelo, con lo que Vicente Costa que venía una fila detrás nuestra, pegó un tirón que casi arranca el asiento de Federico que estaba sentado a ni lado. Es evidente que el anclaje de los asientos está a prueba de sustos ya que cuando el avión tocó  el suelo con la rueda izquierda también el ala izquierda pasó muy cerca del cemento de la pista y el asiento aguantó el segundo tirón de Vicente, que no chilló como Curro, pero no por falta de ganas sino porque le daría vergüenza  Una vez en tierra se planteaba otro problema. Nos estaba esperanto una avioneta para llevarnos a Bloominton, pero no podéis imaginar el trabajo que costó convencer a algunos de nuestros paisanos para que subiesen al pequeño avión, pues juraban que para ese día ya tenían bastante. Mientras, la avioneta que nos estaba esperando con cuatro o cinco personas a bordo, no podía salir porque nosotros no subíamos y éramos la mayoría. ¡Que trabajito costó convencer a Federico para que subiera! Como postre, los pilotos, que conocían lo que había pasado y eran unos guasones, cuando estábamos cerca de Bloominton se volvieron, -la cabina estaba abierta y veíamos a los pilotos cubanos que nos llevaban, y dijeron: "debido a la niebla no podemos encontrar el aeropuerto, por favor miren por las ventanillas y avisen cuando lo vean". Los muy cabritos, ¡cómo se divertían a costa de nuestro susto!.
Y ya de pocas más anécdotas desagradables con los aviones recuerdo, si entre ellas no cuento la caída en vertical de cerca de mil metros que he sufrido en mitad del Atlántico, o la tarde que aterrizamos en Asunción bajo una terrible tormenta que hizo caer la noche de golpe a las cuatro de la tarde y que aterrizamos por radio-control porque el radar no funcionaba, o las tres o cuatro vueltas por encima del aeropuerto de Barajas, esperando pista nos dijeron, y cuando aterrizamos había alrededor de nuestro aparato más coches de bomberos que donde los fabrican....

Anécdota con el C.A.S.A de Aviocar.


Con este magnífico avión fabricado en Sevilla ¡cómo íbamos a tener problemas con él! si somos paisanos. Sin embargo recuerdo un día que nuevamente me causaron problemas los déspotas pilotos. Era un lunes, siguiente a una celebración, que había traído a Puerto Casado algunos invitados de la capital y que lógicamente querían regresar a casa. Yo tenía mi billete desde hacía varios días y no me preocupé por el volumen de gente que veía en la nave abierta que hacia las veces de sala de recepción y espera. Empezamos a subir y yo tranquilamente me senté en el numero reservado, pero al entrar me extrañó que el baño estaba lleno de maletas, hasta el techo, y que la salida de emergencia también estaba absolutamente ocupada de suelo a techo por las maletas que no cabían en su sitio habitual que es la parte trasera del avión, donde han sustituido la rampa de cierre por una tupida red que evita que las maletas se caigan a la vez que ahorra mucho peso. Todo esto me tenía "mosqueado" pues yo sabía que este avión que venía de Bahía Negra y Olimpo, -dos pueblos más arriba del río Paraguay, donde la pesca era mucho más barata que en Asunción, -lo más seguro es que como siempre traerían la bodega con algunos cientos de kilos de Surubí, que compraban a G 5.000 y vendían en Asunción a G 20.000. Pero lo que me hizo perder los nervios fue ver como, después de estar totalmente lleno el avión, siguieron entrando personas que iban quedándose de pie en el pasillo, desde la puerta delantera,de emergencia, que estaba totalmente bloqueada por las maletas y bultos, hasta la puerta trasera, apiñados como en un vagón de metro en hora punta, duplicando el número de pasajeros, con un avión sobrecargado de equipaje, sin posibilidad de escape en caso de emergencia y Dios sabe cuánto pescado en la bodega. Llamé a la azafata, pues tenía azafata, aunque os parezca mentira, y con bastante mal humor le pedí que me diera mi maleta que me bajaba inmediatamente del avión. Ella me contestó, con candidez: "pero porqué se queja vd. si tiene asiento" y yo le contesté con el mismo mal humor: no estará vd. preocupada porque se quede este asiento vacio¿verdad? Así que buscaron mi maleta y una vez en mis manos bajé y dejé el viaje para el siguiente día que creo recordar fue al día siguiente. Y en ese segundo intento, los pilotos tuvieron la enorme cara dura para decirme a través de la azafata algo así como: que el viaje del día anterior había sido muy bueno sin mi presencia. Realmente no recuerdo si esas fueron sus palabras pero no se me ha olvidado el sentido que querían darle. Lo que no sabremos nunca, ni falta que hace,  es saber si esos cien kilos que le quité al avión fueron o no vitales para un vuelo bueno y feliz.

Provocando a las pirañas

Esta lanchita es como la que llevaba para investigar porqué se me salaba la toma de aguas para el arrozal.

Teníamos un serio problema en el arroz. Se nos estaban muriendo las puntas de las hojas con unos síntomas parecidos a los provocados por el riego con agua salada del Guadalquivir cuando el tapón salino sube paulatinamente hacia Sevilla y nuestra salinidad sube por encima de los dos gramos litro. A partir de esa salinidad empieza a afectar la planta y si sube algo más y se mantiene llegará a matarla. Es más, en estado de floración, con esa salinidad es suficiente para mermar seriamente la cosecha. Sin embargo tenía que ser otra cosa ya que regando desde río Paraguay, con una media de 3000 m3/segundo y a mil kilómetros del mar ¿como demonios se podía pensar en agua salada? Pero los síntomas eran de salinidad y lo confirmó el análisis que hicimos para asegurarnos. Analicé el agua del  Cañadón Reservista que desemboca cerca de nuestra toma y pude comprobar que no se salaba, ni siquiera en los momentos en que estaba sin corriente durante meses y sus grandes charcos se mantenían dulces. Entonces tuve que ampliar la búsqueda. Aunque la toma de agua la hacíamos, desde unos de los brazos que el río Paraguay va formando y borrando con las constantes riadas, "el riacho cuernos",- nombre que le había puesto por la figura, parecida al  asta de ciervo viejo, que salía al dibujar sus contornos-, y estaba comunicado al río Paraguay que no se sala nunca. Pero continuando la búsqueda por todos los riachos, que la mayoría no tenían salida, me llevé un susto bastante serio. 
Yo iba en una barquita como la de la foto superior, solo y rodeado de vegetación por todos lados, bogando tranquilamente pero sin descuidar la vigilancia, pues el peligro acecha por cualquier lado. En el arrozal que estaba al lado y en su entorno yo había tropezado con yacarés,- uno fue a parar al puchero y nos lo comimos-, yararás, tarántulas, hormigas rojas, anacondas de diversos calibres, carpinchos y otros bichos de los que no conocía ni el nombre. También sabía que allí había gran cantidad de pirañas porque las había visto en muchos de sitios del entorno y con el agua clarita sentado en el puente de la vía con los pies colgando a menos de medio metro de donde ellas pasaban y los únicos ataques conocidos eran los acaecidos a las vacas, a las que a veces comían sus largos pezones de las ubres al atravesar algunos riachos. ¡Anda que me iba a bañar yo allí, como veía hacer a los chiquillos, si no era con un bañador de chapa! Pues, de pronto, en uno de esos riachos "ciegos" sentí un golpe muy fuerte en el costado de mi barquita, me sobresalté mirando hacia ese lugar y no vi nada, pero  a los pocos segundos los fuertes golpes, como de un puño cerrado contra una puerta,  eran en todo el perímetro de la barquita y os aseguro que la movían en un vaivén nada tranquilizador. ¡Quién dijo que no tenía miedo! antes de dos minutos y remando como un loco, pues estaba muy cerca del final del riacho, tenía la barca encallada en la orilla y de un salto me pasé a tierra firme. Allí bajo, de pie bajo un árbol, obsevaba el bullir del agua embarrada por los movimientos bruscos de aquel cardúmen de peces que nunca averigüe de que especie eran. Ya más tranquilo y con el corazón a ritmo normal, pensé que aquella riqueza piscícola sería una bendición si la sabíamos aprovechar. Allí en Puerto Casado teníamos la única piscifactoría de Langosta de agua dulce de Suramérica. En realidad "las Langostas" eran cangrejos de cola larga de origen Australiano llamados "cuadricarinatus" muy parecidos a los que "disfrutamos" en Isla Mayor el "Procámbarus clarkii" que fue importado 1973 desde Missisipi. Aquel cangrejo australiano lo hemos visto llegar a los 350 gramos y a pesar de ser de agua dulce, -los últimos quince días lo sumergíamos en agua salada-, tenía una textura magnífica, parecida a otros crustáceos de gran prestigio, y con una buena salsa pasaba tranquilamente por langosta y aún mejor, ya que , Paraguay a mil kilómetros de mar más cercano no disfruta de marisco fresco, así que cuando lo comercializamos lo ofrecía como el mejor marisco que se podía comer y realmente así era. Pero esta es otra historia que ya ampliaremos, lo que yo veía en aquellos momentos, pasado el susto es que, fuese el pescado que fuese, aumentaría mucho la calidad de la langosta, ya que ésta era alimentada con pienso compuesto, el mismo de los pollos, y complementado con las "morenitas" una especie de anguila, con su mismo porte y color, pero que su desarrollo no pasaba de los 12 ó 14 centímetros. Después de estas reflexiones y con el ritmo cardíaco normal subí nuevamente a la barquita  y aunque estaba más "escamado" que una cucaracha en un hormiguero de "marabundas", salí del entramado de cauces después de comprobar que a varios kilómetros de allí, aguas arriba, estaba el Riacho Mosquito el responsable de que se salaran las aguas de toma durante los meses de sequía en Paraguay que se corresponden exactamente a los meses que tampoco llueve en Sevilla, Junio, Julio, Agosto y casi todo Septiembre.


Paseo en yate por el Río Paraguay.
Ángel y María en el pequeño yate.








Un buen Día, Ángel, apareció por casa diciendo que había comprado un pequeño barco con idea de tener otra alternativa de transporte desde Asunción  a Puerto Casado y, a la vez, poder darnos el placer de recorrer el Río y si era posible, algún día, llegar hasta el Gran Pantanal, lugar al que siempre tuve ganas de visitar pero que nunca encontré la forma de hacerlo. El yate lo había comprado en Buenos Aires y lo había transportado hasta Asunción, donde había ordenado reparar los dos motores para tener más seguridad en la navegación, especialmente aguas arriba donde entre una y otra zona habitada pueden haber varios kilómetros de distancia. Pues ya con los dos motores "como nuevos" nos aprestamos a darnos un paseo por la Gran Bahía de Asunción, saliendo del embarcadero y atravesando el puente del Chaco, aguas abajo. Esta reparación fue peor que la de los motores de la avioneta de Escobar que le montó las hélices sin contrapesar y reventaron los dos motores, algo parecido a otra reparación que hicimos de un John Deere articulado, que reparado en Asunción y transportado a Puerto Casado en barcaza, el motor reparado duró lo suficiente para bajarlo de la barcaza y llevarlo a la fábrica donde se quedaría hasta empezar los trabajos de campo. No llegamos  a engancharle ni un solo apero. Cuando Curro lo llevaba al campo, se paró y también para siempre. "Lo han pasado de vueltas", acusó un ingeniero italiano, encargado del obraje de San Carlos. Sería de montes porque lo que era de motores entendía lo mismo que el que los reparó y  Curro no le partió la cabeza, por la estúpida acusación, porque lo aguantamos, de lo contrario "el listo" hubiese que tenido que salir de allí "por pies".


Varados en la orilla. María, madre e hija, Ángel, yo y el piloto que traíamos de capitán, que mira pensativo la increíble actuación de los dos motores.





Ni media hora llevábamos felizmente navegando cuando uno de los motores se calentó de tal forma que no hubo más remedio que pararlo para evitar que se gripara y como si aquí, en Paraguay, las averías de los motores gemelos y sus reacciones fuesen en cadena, el otro motor empezó a calentarse y antes de mirar nada ni preguntar nada, Ángel dirigió la nave hacia la costa con muy buen criterio y, menos mal, ya que antes de llegar tuvo que parar el segundo motor para impedir que explotase como un cohete de feria. El barco por  inercia encalló en la ribera y como se ve en la foto siguiente nos permitió bajar y caminar hasta la costa. Desde allí llamamos para que nos acercaran los coches y tuvimos que dejar el barco que me imagino lo retiraron y llevaron nuevamente al taller. El problema era de refrigeración de los motores, o era insuficiente el caudal de agua o se habían atorado por una mala colocación. Nuca supe exactamente lo que pasó, ni nunca más vi ni escuché hablar del yate, pues seguramente Ángel lo borró totalmente de su disco duro y se desharía de él sobre la marcha. Menos mal que la avería fue junto a Asunción, pues en el Pantanal hubiese sido otra de las aventuras que seguro hubiera podido contar, porque "Dios aprieta pero no ahoga". ¡A veces, digo yo!



 El Teresita
Para terminar con las anécdotas de los barcos es preciso decir que había dos barcos, El Teresita y el Aquidabán, que regularmente traían pasajeros y vituallas a Puerto Casado desde Encarnación, a mitad de camino de Asunción. Cuando llegué por primera vez a Casado, en el pueblo había un par de coches y ambos habían venido en este barco ya que no existía todavía el camino de entrada desde la Trans-Chaco, ni desde ningún otro lugar. También todo lo que allí había se había traído en éstos barcos o en las barcazas de la Compañía de las que todavía le quedaban algunas que eran utilizadas para el transporte de troncos de quebracho y para llevar el tanino a la capital. "El barco de Macao" solía llamarle Pepe Sorrentino ya que el estilo y la carga de estos barcos recordaba la película. En ellos venían todos los artículos de alimentación, tanto de grano y pastas, como enlatados y envasados varios, como también todos los bastimentos necesarios para que funcione un pueblo. Pero lo que más llamaba la atención es que toda la verduras y hortalizas que se consumían en este y en los otros pueblos de la ribera venía desde Encarnación. Allí no se plantaba ni un tomate, pues no había tradición hortícolas  Por eso allí la verdura era un  producto de lujo cuyo consumo era muy limitado, y se entiende, cuando por un kilo de tomates, de pimientos o de cebollas,  se pagaba lo mismo que por un peón metido en el agua 6 ó 7 horas, escardando arroz. Solamente cuando viajamos a Fuerte Olimpo con nuestra embajadora vi algo de horticultura en las pequeñas huertas cubiertas con tela mosquitera para suavizar la dureza de la insolación que cultivaban los soldados de la guarnición del Fuerte.
En estos barcos podían venir los pasajeros en cubierta o también en camarotes. Como yo tenía mucho interés en visitar el Pantanal, me hice el ánimo de visitar los camarotes, pues la alternativa que antes existía,  el buque de pasajeros "Carlos Antonio López", hacía tiempo que no realizaba ese recorrido. Yo lo había visto pasar un día que iba fletado para el grupo de muchachos de "La Ruta del Quetzal" cuya visita me perdí porque cuando subían hacia el Pantanal y pararon en el pueblo yo estaba en la capital y a la vuelta sólo puede hablar con ellos a través de la radio. Pues cuando entré en el camarote del Aquidabán para ver si podía viajar, se me quitaron las ganas de golpe. Era un maloliente ataúd de dos pisos que apenas te podías poner de pie al bajar de tu litera y el baño comunal al final del barco invitaba a hacerlo en un cubo y tirar el contenido por la borda. Pensareis que estoy exagerando, pero no es mi estilo, si no aclaro más las circunstancias que rodean los hechos es por una cuestión de pundonor, que no de falta de palabras. Los aseos públicos en sudamérica no son sitios recomendables para visitar, ni siquiera como información cultural y sólo por una necesidad perentoria e inaplazable.

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