miércoles, 22 de mayo de 2013

DEL ARROZ AMARGO ( 6 ) AL AVIÓN, LÁSER Y GPS. Siega, secado y almacenamiento; antes y ahora.


DEL ARROZ AMARGO ( 6 ) AL AVIÓN, LÁSER Y GPS:  Siega, secado y almacenamiento; antes y ahora.


Con este capítulo damos por finalizado el relato sobre la modernización y mecanización del sector arrocero de Sevilla, que se produce durante el pasado siglo y al que nos vemos abocados más por la falta de mano de obra especializada que por el propio deseo del sector. En todo caso si este proceso de cambio cultural no se hubiera producido en esas fechas , más tarde no hubiese podido soportar las tensiones de los precios con una cantidad tan importante en los gastos por mano de obra que nos restaba competitividad tanto en el interior como en el exterior.
Qué mejor introducción a la siega del arroz que este realto de mi querido amigo Angel Boix, - "el mejor segador de arroz de todos los médicos sevillanos y el mejor médico de todos los segadores de arroz" tal y como le gustaba calificarse-, y que como todos sus relatos forman  un cuadro que tiene vida en la mente del lector: 
LA SIEGA
Decía mi madre: el arroz quiere la cabeza en el fuego y los pies en el agua .
Y es así. Pero se cumple más cuando es espeso y el agua está en la sombra. 
Es bonito ver un campo verde, mucha paja esmeralda, limpio de junquillo, eneas, castañuela o colas.
De vez en cuando una temprana espiga que sobresale orgullosa, desafiante, gorda. Escapa al tiempo de las otras que aún están en la caña.
Se dice que el arroz está preñado. Preciosa descripción.
Pero la solitaria espiga, parece que incita a su estudio y apreciación. Esta “bastarda” llama diciendo: aquí estoy, un mes antes, menos riego y menos riesgo de que me pillen las lluvias. (Mi hermano la apartó, parecía esperanzador) No cuajó la idea. No viene al caso.
Ahora cuando el arroz está llenando, se va recostando por el peso, cuando el verde poco a poco se va sustituyendo por el oro. Da gusto entrar en el campo, con cuidado, pisando adecuadamente, como saben los isleños, en busca de las aguerridas “colas” y no dejar ninguna para semilla.
Es el tiempo de mirar a lo lejos, hacia los montes de Morón, a Lebrija, de donde vendrá el viento cuajado de nubes y lluvias. Es tiempo de soñar. De hacer cuentas mentales.
A partir del ocho de septiembre, día de la Virgen de Sales, empezamos a tachar hojas del calendario de los días que faltan para la siega.
Mi padre me decía: todavía no. Aún hay muchos granos verdes. Todavía no.
Yo esperaba ansioso, casi sin dormir, esperando el inicio de una carrera. Angel Boix


Cuadrilla de segadores.

Cuando llegaba la temporada de siega el Puntal y los poblados de Isla Mayor se llenaban de jornaleros de todos los pueblos de las Provincias de Sevilla y Badajoz, principalmente. La temporada de siega y trilla duraba casi dos meses. 
Los primeros arroces estaban buenos para segar a finales de Agosto, pero eran los menos. La gran mayoría de la siega era en el mes de Setiembre y empezó a atrasarse con variedades de ciclo largo como el Girona, pero durante el mes de Octubre tenía que estar finalizada la trilla y el secado pues de lo contrario el agricultor se encontraba ante un problema importante para poder secar el arroz ya que los secaderos que teníamos ,"las eras", eran de tierra compactada, como ya explicaremos más adelante. 
Generalmente los agricultores no tenían prevista la estancia de los temporeros y éstos se quedaban donde podían. Las fondas, pensiones y casas de los amigos no podían acoger ni al 10% de los inmigrantes temporales y los los almacenes, cuadras y almeares de paja eran los grandes hostales de la zona.
Para la comida, al igual que los plantadores, las cuadrillas solían traer con ellas a su cocinero o cocinera que se encargaba de la compra y de tener preparado el rancho a medio día y por las noches. 
Los períodos de descanso eran cuando llovía o regresaban a sus casas ya que mientras estaban aquí lo que pretendían era terminar sus destajos y salir lo antes posible.
En el campo que está realizada la foto, el barro está bastante seco, lo que era normal en aquella época, aunque pronto nos dimos cuenta que quitar el agua un mes antes de la siega, para que se secase el terreno y, poder así, entrar son el carro a sacar las garbas era nocivo para le rendimiento de enteros. Por esa razón casi todo el arroz se segaba con agua en las pisadas; es decir que se atascaba los 15 ó 20 centímetros de labor o el medio metro de algunos lugares que no tenían todavía un suelo firme.
Era un labor tan dura como la plantación aunque el día no era tan largo porque el sol salía más tarde por las mañanas y se ponía antes. Por lo tanto se trabajaban menos horas y la otra pequeña ventaja era que en lugar de andar hacia atrás como en la planta, en la siega, se camina hacia adelante, pero tenía una desventaja. En la planta puedes apoyar el codo izquierdo sobre el pie del mismo lado, casi todo el día, en cambio en la van las dos manos ocupadas, una con el hicino la otra con los piquetes segados por lo que  la tensión de la región lumbar es total durante todo el día y los dolores de riñones eran peores que en la planta. Observar en la foto a los dos primeros segadores que se les ve la faja para proteger los riñones. La diferencia era que te salías de Guatemala para entrar en Guatepeor. 


Precursora de segadora de cereales.


Contábamos en los capítulos anteriores que las primeras cosechadoras de España entraron en las Marismas del Guadalquivir  por el muelle del Mármol, pero nada tienen que ver con las cosechadoras de arroz, que no aparecen hasta los sesenta, como  veremos más adelante.
Esta segadora de cereal, que no sirve para arroz, va tirada de un Férguson "petrolero", que como se puede apreciar lleva unas ruedas de hierro especiales para caminar por el barro. Las delanteras llevan una "cresta" sobre la base de rodadura para que tengan alguna efectividad para controlar los giros del tractor, ya que unas ruedas de caucho, en este caso, con una máquina enganchada en el tiro del tractor y con las ruedas de pinchos traseras irían patinando sobre la superficie del barro y no obedecerían al mando del tractorista cuando intentase girar a dereha o izquierda.  A finales de los cincuenta todavía veíamos algunos Férguson petroleros por la Isla, pero sólo se utilizaban para trabajos en seco ya que eran de muy difícil manejo y de menos fiabilidad.
Eran unos ´"tratos" muy difíciles de manejar. Si no tenías cuidado en la colocación de las manos al volante podías perder el dedo gordo en cualquier tropiezo del tractor con algún terrón gordo o un almorrón. Las direcciones no eran hidráulicas y ese tropiezo hacia que el volante diese un giro al que se le transmitía toda la fuerza del tractor sobre la rueda girada. La velocidad del volante, dando la vuelta el solo, era tan tremenda que si tenías el dedo gordo abrazando el aro del volante y metido entre los radios, ese retroceso te podía destrozar el dedo o por lo menos descoyuntártelo.
Recuerdo, con 13 ó 14 años, una tarde de recolección, intentando dar marcha atrás con el remolque y el tractor Férguson de Monparler. Se me saltaban las lágrimas de rabia, pues era incapaz de girar el volante con el tractor marcha atrás,  cuya tracción aumenta considerablemente el peso del eje delantero. Yo ya sabía manejar marcha atrás el remolque de un eje pero tuve que pedir ayuda porque no tenía la fuerza suficiente para girar el volante mientras el tractor se movía y parado no lo movía ni un centímetro.



Charrasquero: Pepe Hermano

Cuando se segaba la garba ésta quedaba amarrada sobre el agua o  el barro, por lo había que elevarla y dejarla sobre un lugar seco, pues de lo contrario las espigas que tocaban barro o agua se estropeaban rápidamente. Para lograr ese aislamiento podéis observar el trabajo de la foto superior. La garba, de más de un metro de larga está depositada en el barro y yo tengo el pie izquierdo sobre la parte baja de los tallos de las espigas. Con las dos manos tengo bien cogido el "charrasco" un especie de hocino larguísimo, de más de un metro, que no se ve pues está enterrado en la garba y en el barro que hay debajo. En ese momento tiro hacia arriba y hacia atrás cortando los tallos aproximadamente por la mitad. Este trabajo de cortar las garbas necesitaba tres o cuatro movimientos de corte para cada garba que para algunos, más endeblitos, se convertían en 7 u 8.
Junto con el trabajo de fanguear, donde algunos tractorista se volcaron el tractor encima y quedaron muertos y  enterrados en el barro, el trabajo de charrasquero era el que más accidentes graves producía en el arrozal. No tengo ni idea de los pies que quedaron cortados por la mitad hasta llegar a los metatarsianos ni tampoco los trozos de talón que quedaron esparcidos por los campos, pero yo que vi pasar aquel charrasco tan cerca de mi pie apostaría que fueron muchas decenas y todas de heridas de bastante consideración. Con el hocino se perdían muchos dedos y cortes importantes en las piernas, pero la tibia (espinilla) solía detener el avance de los dientes del hocino y la mayoría de los accidentes de la siega se limitaba a un buen corte a media pierna que te obligaba a dejar esa temporada de siega.
Cortar garbas con el charrasco no era mi trabajo habitual, ya que durante la siega, cuando solíamos tener en casa cuadrillas de 20 ó 30 segadores yo tenía que estar de manigero pendiente de que se realizara un trabajo regular y correcto, aunque, siempre que podía, me gustaba ponerme a segar un rato al objeto de animar la cuadrilla o de charlar un rato con alguien de ella, que valiera la pena.
Durante muchos años, -hasta que la edad se lo impidió-, venía a segar un hombre mayor, - que bien podia ser el que se ve en la foto-, de La Puebla de Cazalla, que era de la casta especial de los hombres de campo, que sin estudios son sabios,  cuando hablan sentencian. Continuó viniendo aunque  le iban abandonando sus fuerzas pues se fue haciendo muy mayor. Entonces lo colocaba en la esquina interior de la cuadrilla con lo que él se podía administrar su tajo para no tener que hacer esfuerzos extra con el fin de seguir la cuadrilla y a su lado me gustaba segar y aprender la filosofía de la vida.
Su hijo, creo recordar que le apodaban "el kiki", era un hombretón de 1.90  y más de cien kilos que tenía la fuerza que un rinoceronte  y  nunca estaba en la misma cuadrilla del padre, pues aunque era homosexual y él no lo rechazaba, prefería ir de charrasquero, -que ganaba algo más-, en la cuadrilla de su compañero "el gamba" que era su antítesis física,  en cuanto a peso, fuerza y estatura. Pesaría 50 kilos y mediría 1.60 y era tan delgado que tenía que pasar dos veces por el mismo sitio para hacer sombra. Cuando no estaba su amigo recuerdo que había muchos que lo molestaban con sus bromas pesadas, pero cuando llegaba "el kiki" ya lo querían todos y lo invitaban a un vino como si lo de antes fuera de broma. Que no lo era.


Sacando garbas con los bueyes.


Yo nunca llegué a ver esta imagen de los bueyes sacando garbas, tampoco arando ni realizando otras labores del arrozal, por lo que imagino que son anteriores a mi llegada, aunque yo con diez años y hasta los dieciseis, pasaba todo el verano en el colegio y poco sabía de la generalidad de lo que acontecía en Isla Mayor. Mi campo de visión era muy limitado y es muy posible que en las explotaciones que tenían conexión con la ganadería esta imagen sería habitual hasta pasados los cincuenta.
Y es que precisamente no me imagino a los bueyes, en colleras, andando entre las garbas con los continuos zig-zag que hay que realizar, para pasar entre ellas, por su lentitud y por el enorme espacio necesario para su evoluciones. Esta era una labor para caballos y también para los mulos, más dificiles de manejar pero también más duros y con menos necesidades alimenticias y de atenciones.

Sacando garbas al remolque para transporte a trilladora.

Esta foto  no me revela datos para que pueda datarla con precisión, pero algún detalle me induce a creer que está sacada entre los ´50 y los ´60.  El grupo de peones con el caballo y el mulo están acercando las garbas de arroz desde el interior de la tabla hasta el lugar donde han situado el remolque para cargarlo de arroz, por lo tanto es a partir los ´50.  Junto al camino hay un pequeño dren en el que podemos apreciar unas gramas enormes que nos señalan que todavía el herbicida no lo estaban utilizando, lo que nos situa antes de mediados de los ´60. Al fondo vemos el Citroen dos caballos, que empiezan a popularizarse en esas fechas, y el trabajo que están realizando desaparecerá a los pocos años con la entrada masiva de las cosechadoras.



Sacando garbas al remolque


Esta otra foto nos muestra la particularidad de que el gañán es una mujer como en el caso de los bueyes. Ese era un trabajo ligero, puesto que en la mayoría de los casos el que gobernaba al animal de tiro no solía cargar garbas, si tenía muchos ayudantes como aquí se aprecia. Cuando iba el trineo de vacío, en busca de la carga iban todos montados en él, en cambio, al volver cargados tenían que venir todos caminando, puesto que normalmente el barro estaba ya bastante seco y el arrastre del trineo era pesado.
Vemos al de la horca que era el encargado de subir las garbas cuando ya el remolque llevaba varias tiras de garbas y se elevaba mucho con lo que dificultaba e lanzamiento, manual, de la garba hasta esa altura.


Carros y garbera.


En esta foto debo tener unos 11 ó 12 años. En este pequeño alazán fui todos los días al colegio durante los últimos meses de 1954, pues a partir de Enero mis padres me internaron en el colegio salesiano de Alcalá de Guadaíra. La fecha de entrada en el colegio era el 8 de Octubre, por lo que generalmente yo ayudaba durante toda la siega, y la mayor parte del transporte, trilla, secado y envasado.
Lo interesante de la foto son las cuatro pequeñas "garberas" que se ven al fondo. Como no era fácil encontrar la trilladora para los días que la necesitabas, arreglábamos las garbas como si construyéramos una choza, con lo que si llovía sólo se mojaban las espigas exteriores, ya que las dos vertientes del techo la ordenábamos perfectamente con las espigas hacia fuera, que hacían de capa impermeable a la vez que se secaban pronto, en caso de mojarse, puesto que daban al exterior.
También es interesante observar los dos carros que se ven an la foto. En la parte trasera del caballo vemos el carro plano, que ya comenté que tenía una amplia base de rodadura para poder entrar dentro de las parcelas a cargar las garbas directamente desde el campo sin necesidad de utilizar los trineos. En la parte delantera vemos el carro tradicional que era el que se utilizaba corrientemente ya que era mucho más cómodo en los desplazamientos, además de que admitía mayor carga.



Quemando el rastrojo de las garbas.





Vemos aquí a dos peones recogiendo los rastrojos, -la parte baja de los tallos que cortábamos con el charrasco y que servía para colocar encima las garbas para que no tocasen el barro y el agua-.
Este era un trabajo bastante aburrido, pero tenía la ventaja que como se hacía al final de temporada y presumiblemente con el pasto seco, para que ardiese bien, el suelo ya estaba seco y se podía entrar con las alpargatas. 
En cambio antes de sacar las garbas para la trilla, había que secarlas, es decir se llevaban unos días dándole el sol por la parte que la había dejado colocada el charrasquero y a los pocos días, en función del tiempo más o menos seco, había que darles la vuelta para que secase la parte inferior. Y ese sí que era un trabajo antipático, por lo menos para mi, era el trabajo que más me disgustaba realizar de todos los trabajos del arroz. Normalmente el barro estaba tierno pero ya no había agua, es decir "arrancapota" lo que suponía que se creaba un emplasto de barro pegado a los pies que sólo podías soltar cuando ya era enorme y se desprendía por su propio peso, dando patadas al aire como las bestias cuando les molesta la "cuca". Para evitar más lugares donde el barro se pegase  llevábamos pantalón corto con lo que las piernas quedaban al descubierto y era un martirio chino aguantar todo el día los pinchazos de la parte inferior de los tallos de arroz que quedaban en el suelo tras cortar con el hocino tallo y espiga. 
Cuando estábamos realizando este trabajo, al final de la tabla, solíamos colocar unas trampas con los mismo rastrojos, colocándolos contra el almorrón,  donde se iban escondiendo las ranas que arreábamos a la par que quemábamos el rastrojo. Cuando terminaba la mañana o el día de trabajo levantábamos el restrojo colocado junto al almorrón y allí debajo había gran cantidad de ranas que para muchos de nosotros era un manjar que todavía recordamos con nostalgia. Especialmente recuerdo un arroz caldoso con ancas de rana que hacía mi madre, que lo tengo idealizado, y que era de los pocos arroces a los que no le protestaba, pues en casa se comía arroz los siete días de la semana y las cincuenta semanas del año. Era una guerra que tenía perdida de antemano ya que mi padre, que padecía del estómago decía que el arroz era la comida que mejor aceptaba, así que llegó un momento, cerca ya de irme a la mili, que me declaré en huelga contra los guisos de arroz de cualquiera de las cien formas que mi madre sabía presentarlos. Pero ahora, casi cincuenta años más tarde, recuerdo aquel arroz con ancas de ranas como una comida más especial que un arroz con bogavante.


Trilladora Ajuria Victoria.

 Aunque la foto no enseña completa la trilladora, creo que podré explicaros con sencillez y claridad su funcionamiento.
Arriba de la garbera, que también podría ser un remolque, vemos a un operario que entrega al servidor de la trilladora garba a garba. El alimentador  al que casi no vemos está situado delante de una mesa donde va deshaciendo las garbas y alimentando de forma constante  a la trilladora en función de la capacidad de esta para trillar.
En el interior de la rampa, que vemos inclinada 45 grados, hay un elevador, -unas simples barras paralelas situadas cada 30 ó 40 centímetros, enganchadas a las dos cadenas laterales que la hacen funcionar y que toma las espigas desde la mesa y las llevas hasta el tragante o cilindro desgranador.
Al final de la correa vemos una polea que hace girar un cilindro con unos dientes de hierro que pasan a través de una parrilla cóncava, también repleta de dientes, y que arrastra los tallos y espigas hasta hacerlas pasar entre los dientes del cilindro y los de la parrilla inferior. Allí se van desgranando las espigas pasando varias veces entre los dientes a gran velocidad y, mientras, el arroz cae hacia abajo a unas cribas que eliminan la paja que lleva y  que con un zarandeo circular lo lleva hasta un elevador pasándolo, previamente, a través del viento de una potente turbina para limpiarlo de polvo. Desde el elevador baja por un par de tubos de descarga que terminan en una boca donde enganchábamos los sacos que se iban llenando y retirando para guardar, si estaba seco, o para vaciarlos en la era para que se secasen al sol el tiempo necesario hasta que se quedara por debajo del 16% de humedad, si era para almacenamiento propio, o al 14% si era para entrega al SENPA.
Por la parte superior de las cribas se iba deslizando la paja que caía sobre unos "caballitos", -se llama así a unos grandes cajilones que se movían con unas bielas en forma de cigüeñal, por lo que a la vez del movimiento hacia a delante y hacia atrás se le añade un movimiento de sube y baja que hace que la paja no tenga otro remedio que salir por la parte posterior de la trilladora. Allí un par de hombres con unas parihuelas la iban recogiendo y retirándola hasta formar los grandes almeares que crecían en cada era y especialmente junto a las máquinas fijas, que eran trilladoras firmemente sujetas al suelo y bajo techado a las que había que arrimarle las garbas y retirarle la paja a mayores distancias.

Amontonando arroz para envasarlo.

Como decíamos en el apartado anterior, cuando se trilla el arroz normalmente no está suficientemente seco para guardar o entregar al SENPA, por lo que había que extenderlo en la era y más tarde en los secaderos de hormigón en los que las transformamos.
Cuando ya se conseguía el grado de humedad al que queríamos guardarlo, se recogía con la cuchara o trailla, que era la misma que utilizábamos para nivelar las planteras y los pequeños cerros de las tablas grandes. Cuando ya teníamos los secaderos de hormigón y tractores se utilizaba, para recoger el arroz, un gran tablón enganchado en los tres punto traseros del tractor que nos permitía amontonar el arroz con gran rapidez.
El arroz solía estar un día o dos extendido al sol, en función de lo seco que viniera del campo y de la humedad final que necesitásemos. Cuando estaba bueno, generalmente en aquella época el aparato para medir la humedad eran los dos premolares derechos. Entre ellos colocábamos los granos y calculábamos la humedad en función de cómo se partía el grano. Cuando está húmedo no parte, se aplasta y si el grano está seco se parte limpiamente. No podíamos establecer el grado de humedad exacto pero si sabíamos cuando estaba bueno para el almacén y cuando para el SENPA.
La foto, con total seguridad, pertenece al término de Sueca, posiblemente sea de López Egea, pues vemos un árbol típico de la zona, "el sauce llorón, en valenciano lloroser" (creo) y el montón de sandías junto al secadero de arroz lo que es muy normal ya que la huerta hace muchos años que va restando terreno al arrozal en ese término.


Llenando sacos

Aquí tenemos a dos parejas de peones llenando sacos ya con la "media" por lo que debe pertenecer a los ´50, por lo menos. Los sacos, para la manipulación y transporte del arroz, se mantienen durante toda la transición y no desaparecen hasta que se generaliza la entrega a las cooperativas cuando pasamos a realizar todo el manejo a granel. De todas formas, aun durante ese tiempo, seguían utilizándose para guardar el arroz en los almacenes propios que no teníamos preparado para los granels y era más segura su conservación en sacos, además en el mismo espacio se podía guardar más del doble de kilos puesto que se podía almacenar a mayor altura.
También en este trabajo Rafael  y yo hicimos algunas "heroicidades"  durante la primera mitad de los ´60. Cogíamos el trabajo de llenar por cuenta, a peseta el saco, y éramos dos máquinas llenando. Teníamos una depurada técnica por la que con tres medias sacábamos el saco lleno y podíamos llenar tranquilamente dos o tres veces más rápìdo que otra pareja normal.
Pero en cuanto tuvimos tractor compramos una palita, cuyo pequeño cazo desmonté y cambié por otro de mucha mayor capacidad, y fabriqué una envasadora transportable que estaba formada por dos tolvas unidas y soldadas a un cuadrado, con cuatro pata regulables de altura, donde enganchábamos los sacos. Este artilugio copiado de los enganches de las trilladoras nos permitía llenar a mucha mayor velocidad con mucho menos esfuerzo. Eso sí, tragábamos todo el polvo que queríamos y más.


Preparando sacos entrega al SENPA.

Por lo pequeñajo que se me ve eb esta foto, debe estar tomada en el ´56 ó ´57 y aquí estaba la cuadrilla completa envasando arroz para entregar al Servicio Nacional de Cereales. Los dos peones llenaban el saco y los subían a la báscula. Yo lo pesaba, 75 kilos, y lo bajaba arrastrándolo y haciendo palanca sobre la rodilla. No tenía mucha fuerza pero si la habilidad necesaria para manejarlos, aun sin ser capaz de levantarlos. Mi hermana, Vicenta, los cosía y ya quedaban preparados para cargarlos al camión, que nos veíamos obligados a usar los primeros años. Más tarde con lo que normalmente lo llevábamos era con nuestro tractor y remolque.
El trabajo de secadero no era tan pesado como molesto. Ese polvo del arroz que continuamente volaba por el aire mezclado con el polvo de tierra, es enormemente molesto y eso no ha mejorado con los años, es más la variedad que llevo varios años cultivando, el J.Sendra, es la clase de arroz que más pica de todas cuantas he conocido. Logicamente en la actualidad es muy difícil que te llegue el polvo del arroz a no ser que estés trabajando directamente en el secadero mecánico o en sitios donde es inevitable pasar por zonas que tengan algo de polvo, que son raras y escasas. Ni en la cosechadora, donde van segando en una cabina cerrada y con aire acondicionado e igualmente en el tractor, que también está herméticamente cerrado, climatizado y con un poco de suerte radio-CD, Dolby Sistem.


Trilladora fija, familia Rosembau

Esta fotografía tomada de Historias de Isla Mayor, -pertenece a la familia Rosembau, a la que no tuve el gusto de conocer y a cuyo hijo enviaré el capítulo por si le apetece hacer algún comentario-,
corresponde a los años heroicos del arroz, que para mi serían los anteriores al ´55. Vemos en primer plano una vagoneta donde, al inicio de la colonización, traían todo lo imprescindible desde Colinas. Aquí se ve ya está abandonada y sirviendo como abrevadero y a la izquierda vemos el pesebre. Entre ambos el lugar donde quedaba estabulado el caballo o mulo que ellos utilizaran.  Junto a la casa, -que debía ser su vivienda habitual, pues existen otras fotos de la fachada y tiene su sombrajo y aspecto de vivienda aceptable-, vemos el tinglado para la trilladora fija, que entonces sólo tenían las fincas más importantes, y al lado la sierra de arroz y lo que parecen unas grandes lonas para taparla, ya que tampoco retirábamos el arroz cuando queríamos si no cuando podíamos.
Recuerdo en los primeros años que teníamos Calonge, tener una sierra de 2.500 sacos de arroz casi seco, recién trillado, que durante más de tres meses no tuvimos otro remedio que mantenerlo en medio del campo ya que las carreteras de tierra no nos permitían retirarlo, para llevarlo donde teníamos el secadero de hormigón y el almacén para terminar de secarlo y guardarlo.


Llenando sacos para cargarlos o almacenarlos..

En este caso y como podemos corroborar por la siguiente foto, que es del mismo lugar y posiblemente el mismo día, están pesando el arroz para llevarlo a otro almacén o entregarlo al SENPA, ya que después vemos que lo están cargando. Pero exactamente sería el mismo trabajo si en lugar de preparar para cargar se estuviese preparando para almacenar, por la puerta que se distingue al fondo.. La misma carretilla que va acercando los sacos desde el lugar que han sido llenados y los deja sobre la báscula, podría recogerlo después de pesado y entrarlo al almacén donde quedaría apilado, mediante una escalera de sacos que íbamos construyendo con sacos para ir llenando desde atrás hacia delante, subiendo por ella cargados con el saco lleno, y llevándolos hasta el final. Pero lo normal era que los sacos que almacenábamos no se pesaran y sólo hacíamos ese trabajo extra para las entregas obligatorias o voluntarias al SENPA.


Cargando sacos en el Remolque, entrega SENPA.

Hasta que empezaron a venir la máquinas elevadoras de sacos, con motor de gas-oil, en el campo no teníamos otro sistema de carga que el manual. O bien nos cargábamos el saco al hombro con la ayuda de otras dos personas, -como se ve perfectamente en la foto-, o uno lo acercaba al remolque con la carretilla y los otros dos lo cargábamos a pulso. No era muy duro este trabajo de cargar sacos, si la cuadrilla estaba formada con personas de fuerza medianamente alta, cuando eran pocos, pero había días que la paliza de la carga a pulso de 250 ó 300 sacos, que solía secar nuestro secadero, te dejaba la espalda bastante dolorida. Especialmente cuando a media tarde lo habías recogido con el caballo y el cazo de madera, después los habías envasado y por último venía la carga. si además, uno de los tres imprescindibles era débil, el esfuerzo se multiplicaba, En este caso, de la foto superior, están colocando en el remolque los sacos de pie lo que no era normal a no ser que fuera para otro almacén que estuviera cercano. En las entregas al SENPA había que aprovechar al máximo la carga, por lo que había que ordenarlos muy bien, ya que no sabías el tiempo de espera que te tocaría.


Kilométricas colas de entrega al SENPA.

Aquí vemos en esta foto, del albúm de Matias, a  una parte de la cola,  formada en ese punto por los tractores de Olivares y que era característica de los años de la entrega obligatoria al SENPA y más tarde de las voluntarias.  Estas entregas al Organismo de intervención, que eran voluntarias, al final resultaban obligadas dado que el precio del mercado estaba undido y entregábamos a a la Intervención para quitar arroz del mercado y forzar con ello a los industriales a subir los precios para poder atender sus demandas. Fueron años muy difíciles donde la continuidad del cultivo se veía contínuamente puesta en duda dado su baja o nula rentabilidad. Esto obligaba a forzar al agricultor a buscar medidas de ahorro que en el caso del arroz eran muy limitadas. No podíamos ahorrar en abonos, pues con menor cantidad de abono menor cosecha y menor rentabilidad. Tampoco podíamos ahorrar en gastos de elevación de agua, pues sin la cantidad necesaria subiría la salinidad y perderíamos no sólo la rentabilidad sino también la inversión. Asi que tuvimos que recortar en el único capítulo viable. La mano de obra; que pasó de ser el 40% del costo total del cultivo, durante las decadas ´60 y ´70, a un 10 ó 12% del total de los gastos a partir de los ´80, siendo ésta una cantida estable, pues difícilmente podremos reducir costos de mano de obra, a no ser que las inversiones en maquinaria fueran brutales y económicamente inviables. Por cierto que, un estudio serio de viabilidad de éstas inversiones, demostraría que no es rentable, aunque no tenemos más remedio que hacerla para poder atender los trabajos en el tiempo que creemos que hay que realizarlos.
Racionalizar la inversión, en una estructura de la propiedad que descansa en pequeñas y medianas explotaciones, es imposible. Y el cambio necesario tendría que pasar por una racionalización de las siembras que se me antoja es un problema superior a la capacidad de concertación del sector.
No intento explicar, ni siquiera brevemente, las causas de la caida de precios del arroz en España, ni tampoco todos los cambios que nos vimos obligados a realizar para poder mantener este cultivo, en cambio, si aparecen en breves pinceladas y en cada apartado de los capitulos 4º, 5º y  6º de ARROZ AMARGO, las pequeñas transformacioones culturales que nos permitieron soportar la penuria económica en la que estuvo inmersa el sector.


Pilas de sacos almacenes SENPA

Estas enormes pilas de sacos son las que se formaban en los almacenes que la Federación de Agricultores Arroceros de España tenía en el Puntal. Todo el sistema de defensa de precios estuvo basado, esos años, en la retirada de excedentes, procurando, además, que estos no volvieran al mercado nacional para evitar nuevamente desequilibralo, consiguiendo subvenciones para conseguir su exportación, ya que los precios nacionales estaban más altos que el mercado internacional. Como el Organismo de Intervención, el SENPA, no tenía almacenes para cereales en la zona. La FAAE había construido en Las Marismas de la Margen Derecha e Izquierda una serie de almacenes que alquilaba al Senpa para que éste comprase nuestro arroz.
En el Puntal teníamos y conservamos cinco grandes almacenes con una capacidad total de unas 13 ó 14.000 Tn. los que en los ´70 significaba un 10% de la producción,
Anteriormente, algunos agricultores arroceros, entre ellos mi padre, habían probado internarse en el mundo cooperativo creando, en Coria del Río, una cooperativa de almacenamiento de arroz cáscara y comercialización del arroz blanco,  -La Cooperativa Arrocera Sevillana-, que fue un fracaso de tal magnitud que terminó con todas las iniciativas de cooperativismo de la zona durante muchísimos años. También dedicaremos un capítulo al asociacionismo en Isla Mayor donde daremos más detalles y explicaremos las medidas que paulatinamente fuimos tomando en defensa de nuestro producto.


Clayson 103

Esta foto, a pesar de su mala calidad, que llevase a pensar que es más antigua,  no puede ser de otra fecha que primeros de los ´60 cuando aparecen las primeras cosechadoras de arroz. Creo recordar, -y si no es así alguien me saque del error-, que ésta fue la primera marca de cosechadoras que entró en Isla Mayor a cosechar el arroz.
Poco más tarde entraría la Fahr Deutz de la que hablaremos ampliamente a continuación. Estas primera máquinas cosechadoras tenían un motor de unos 60 cv. y llevaban un corte de unos 3 metros. Tenían unas orugas muy pesadas, para ese motor, pero en el campo encharcado se defendían muy bien. El problema se planteaba cuando el arroz se tumbaba y había que quitar previamente el agua para que no se estropease la cosecha. Entonces con el barro pegajoso ya sufrían enormemente, especialmente cuando tenían que dar marcha atrás, lo que ocurre frecuentemente en los arroces encamados. Con la marcha atrás la máquina levantaba la parte trasera hasta que el corte se apoyaba en el barro y dificultaba todavía más la maniobra.
Pero aquellas pequeñas cosechadoras junto con los tractores, también de muy poca potencia para estas tierras, fueron el inicio de un camino irreversible hacia la modernización del sector mediante la mecanización integral sustituyendo  la, ya muy difícil de encontrar, mano de obra especializada en los trabajos del arrozal por la maquinaria y aperos especializados, que fuimos inventando o acoplando de otros trabajos similares de diferentes cultivos.


Tractor  Férguson de Ibañez secando arroz en el secadero de sol.


Este es el secadero, almacén y tractores de "el Molinero" en los Tres Puentes.  Esta fotografía podía haber sido tomado en nuestra parcela del Toruño y sólo la hubiéramos distinguido los que conocíamos bien todos los detalles, ya que nosotros teníamos el mismo tractor pequeñito, para no hacer mucho daño arando el arroz, el mismo secadero, con una extensión similar y con una nave parecida al final del mismo para poder almacenar el arroz. Los primeros años lo envasábamos en sacos y con la carretilla lo entrábamos, uno a uno, al almacén y allí se apilaba lo más alto que nos permitían las cerchas. Sin embargo a primeros de los ´60 cuando ya compramos el Super Ebro, al que  acoplé un cazo de mayor capacidad, cambiándolo por  la pala multiusos y empezamos a almacenar el arroz seco a granel, que aunque era un almacenamiento  más inestable y problemático  para su conservación, la facilidad para guardarlo no tenía comparación.
Al contrario de las demás faenas del arrozal, esta de secar y guardar el arroz en el almacén era un trabajo que siempre me agradó. Me creaba un estado de ánimo especial y sólo comparable a la satisfacción de terminar una labor bien hecha.

Deutz Fahr M 66. Primera Fahr de arroz del mundo.


Y con una como esta me tocó a mi bregar durante unos diez años.
En el ´64 entró la primera Deutz Fahr de arroz en Isla Mayor, en la parcela del Toruño para realizar las primeras pruebas de adaptación al arroz de una cosechadora de cereal . Aquella máquina era la Deutz Fahr M 60, con un corte inferior a los tres metros. 
Entró en la tabla de la casa, exactamente por el mismo sitio que la Class que veremos unas fotos más adelante. El desastre que iba realizando, en la trilla y cribado del arroz, era tan tremendo que a mitad de la lucha mi padre paró la máquina y le pidió por favor que levantase el corte y saliese al camino pisando el arroz que tenía delante, sin segar,  pues  él consideró que las orugas pisando arroz hacían menos daño que el que iba tirando por detrás en la siega.
Al año siguiente aparecieron los alemanes con la M66, que era la misma máquina de cereales de secano con las orugas para caminar por el barro y un cilindro y cóncavo especiales para desgranar el arroz. y  desde entonces me complicaron seriamente la vida, los próximos diez años de recolección.
Los dos primeros años la cosechadora la llevaba Ángel, un empleado de la casa comercializadora especialista en esos trabajos lo cual, en aquella época, como podréis comprender, no era fácil de localizar. Esos dos años yo estaba en la mili, el primero en Cerro Muriano haciendo la instrucción y el segundo haciendo "el tonto y el vago" en el cuartel de Automovilismo de Torre-Blanca. Durante esos dos años tanto Rafael como yo nos enteramos de todos los entresijos de la cosecha mecanizada y a partir del tercer año la máquina quedó bajo nuestra exclusiva responsabilidad.
Contar todo lo que nos hizo "pasar" aquella máquina experimental, la primera Fahr para segar arroz en todo el mundo, es una historia demasiado extensa  para incluirla en este post cuyo principal objetivo es estudiar la evolución en el cultivo del arroz en las marismas y lo que realmente importa es el cambio del sistema cultural donde la siembra directa, la cosecha a máquina y  todo el movimiento de arroz a granel fue la parte más significativa.
Aquel prototipo sirvió para convertirnos en mecánicos aficionados. Una muestra de nuestra capacitación técnica en el mantenimiento la demostramos en nuestra capacidad para arreglar averías serias. La cosechadora traía de fábrica un problema en la caja de cambios que tras romper el mismo rodamiento unas 10 ó 15 veces, - una vez o dos cada año-, los mecánicos alemanes y técnicos de la casa, tardaron dia y medio en desmontar, sacar la caja, arreglarla y volverla a montar. s
Pasados un par de  años, nuestro conocimiento de la máquina era tal que esa misma avería nos costaba arreglarla, a Rafael y a mi, unas tres horas. El trabajo de arreglo era cosa fina. Se rompía un rodamiento interior de la caja de cambios que estaba situada justo en el centro, de la parte inferior de la cosechadora. Lógicamente tenías que hacerte el ánimo de tirarte de barriga o espalda al barro, había que ponerse en bañador y entrar bajo la máquina tumbados y arrastrándose por el barro. Pero ya nosotros entrábamos con los utensilio precisos y el recambio preparado para realizar un cambio rápido. Hasta un llave de uso especial habíamos preparado para poder sacar un tornillo colocado en una situación imposible. Cuando los ingenieron diseñaron la situación de la caja de cambios no pensaban que iba a estar a medio metro del barro, si no estaba muy atascada.
Otro ejemplo de efectividad y rapidez en las reparaciones inverosímiles fue el día que se partió el chasis por la mitad en el centro de una tabla de Calonge. Llevamos un tractor al que montamos ruedas de fangueo y enganchamos en  la parte trasera de la máuina, que se sostenía con las chapas laterales, y mientras el motor de la cosechadora hacía caminar la parte delantera, con el tractor, con un movimiento totalmente sincronizado estirábamos del eje trasero y la cola. Aquello fue increíble, la subimos al un gran remolque que teníamos para el transporte y trabajamos en ella toda la noche en el taller de mi cuñado Manolito. Aquella noche no durmió nadie en los pisos del "Tiío del Duro",ni tampoco en la casa cuartel de la Guardia Civil que estaba enfrente, pero por la mañana a hora de segar la máquina estaba en el tajo.
Se había convertido en una situación muy normal  que la arregláramos durante el día y segábamos luego hasta que nos dejaba la humedad de la tarde-noche. Si se averiaba por la tarde, arreglarla y continuar al día siguiente era algo que ya pasaba como normal.


Jhon Deere modelo 2011


Aquí tenemos, frente al primer modelo de la Fahr Deutz de arroz en España, el último modelo de John Deere que he visto en Isla, hace un par de años. Esta cosechadora de la clase S 630i es la pequeña de la clase S por lo que he podido ver en internet.
Así mientras nuestra Fahr tenía un motor muy justito para los momento problemáticos, -por cierto un magnífico motor Deuz de 60 cv, refrigerado por aire y que jamás nos dio un solo problema, que llevaba la máuina decentemente pero que cuando el corte de tres metros, sobredimensionado, -fue preciso aumentar el ancho de corte para evitar que el barro que soltaban las orugas cayese sobre el arroz sin segar-, tragaba de golpe algún montón de paja de la que solía acumularse a los lados, le costaba trabajo recuperar sus revoluciones, mientras, la S 690  disfruta de un motor de 550 cv capaz de llevar tranquilamente un corte de doce metros. Corte que por otras parte se puede regular de inclinación lateral, para segar en laderas, o para evitar recoger barro, en un arroz tumbado,  cuando una oruga se atasca más que la otra si no dispones de esa opción de regular la altura del corte de acuerdo con el nivel del suelo, te deja dos alternativas: o llenabas de  barro el corte en la parte más baja, lo que significaba que tendríamos que parar para limpiar todas las cribas y cagilones, o por el contrario, y es lo que hacíamos recoger el arroz que buenamente se pudiera y pasar las orugas por encima del arroz al que el molinete no llegaba.
Es una ingenuidad intentar establecer comparaciones entre las dos máquinas, cuyo único parecido era en el nombre: cosechadoras. Sólo la cabina de la John Deere con su equipo eletrónico vale más dinero que  la Fahr. Mientras nosotros teníamos que tragarnos todo el polvo, cuando el viento lo teníamos en contra, con ésta, herméticamente cerrada, no sólo se evita el polvo si no que dispone de música ambiental, control de humedad del arroz que se va cosechando, control de producción por ha, GPS para que ella sola mantenga la dirección correcta y la máxima anchura de trabajo, sin que quede un solo piquete por fuera del corte, el vídeo que te muestra cualquier parte exterior de la máquina para poder controlar la descarga, por ejemplo, o te avisa si cualquiera de las funciones propias del trabajo baja de rendimiento, como puede ser un descenso de las revoluciones del cilindro, que por otra parte puedes regular electrónicamente para que desgrane perfectamente, sin producir roturas.
Y no es que le quiera quitar mérito al trabajo de los actuales maquinistas , más bien al contrario, con cada adelanto de las máquinas hay que aumentar el nivel de preparación de sus operarios, que terminarán siendo ingenieros elctrónicos, que segaran sentados en su 4X4 al borde del camino, mientras la cosechadora se encargará del trabajo. Por ahora todavía se tienen que llenar de barro algunas veces.


Cangrejo saliendo de su cueva.


En 1974, Rafael Grau y un miembro de la Nobleza española consiguen la autorización para importar el cangrejo rojo del Mississippi, "procambarus clarkii" para reproducirlo en viveros cerrados de las Marismas, en el mismo lugar donde ya estaban criando anguilas.
Esta es otra historia que merece capítulo aparte, pues su implantación fue causa de muchos enfrentamientos entre cangrejeros y agricultores, por falta de una regulación específica, pero a su vez, fue parte de la solución del grave problema del desempleo que atenaza a los trabajadores por cuenta ajena de las Marismas como consecuencia directa de la transformación de un cultivo artesanal en un modelo cultural áltamente tecnificado.
El cangrejo tiene cierta incidencia en los nuevos trabajos que tenemos que realizar en esa transición, ya que las estructuras de control de agua en las parcelas, incluso de las instalaciones de bombeo, hubo que revisarlas y acomodarlas a la nueva situación. El cangrejo rojo es un crustáceo de gran actividad veraniega y que generalmente hiberna a partir del momento en que retiramos el agua de las tabla de arroz. Por esa razón cuando quitábamos el agua, días antes de la siega, por tener el arroz tumbado, el cangrejo hacía su cueva de unos 80 cts de profundidad y allí se aisla y pasa el invierno hasta que nuevamente la tabla vuelve a inundarse. La tierra que extrae para construir su cueva produce un montoncito, parecido a un termitero, que en el caso del arroz encamado sobresale por encima del mismo. Cuando las máquinas llegan a los lugares donde están los montones de barro, si lo ven, evitan tragarse el barro dejando el arroz en el suelo, pero muchas veces no se ve y el barro va directo a las cribas con la consiguiente obturación de los agujeros o las rendijas por donde el arroz pasa al ventilador y posteriormente a la tolva. El daño a veces es bastante importante, por lo que hubo que evitar tajantemente cualquier variedad con tendencia a encamarse. A pesar de ello, todas las variedades en ciertas circuntancias, generalmente climatológicas, caen al suelo.
La otra causa es que produce daños en las infraestructuras por la costumbre de este crustáceo de estar siempre junto a las obras de fábrica, donde el agua cae en pequeña catarata y junto a ellas empieza su labor de escavado hasta que consigue atravesar los grandes almorrones e incluso las carreteras que tienen desnivel de agua entre ambos lados de la misma.
Esto parece fantasía hasta que has presenciado la desapación instantánea de un tractor o parte de un remolque que circulaba por un camino y de pronto, al pasar sobre una tubería de desagüe hundirse dos o tres metros de profundidad y varios metros cuadrados de superficie.


Class de finales del siglo XX

A finales de los ´70, unos maquileros de Albacete, más tarde buenos amigos, me ofrecieron segarme el campo a un precio por ha. que no compensaba los sufrimientos y gastos que conllevaba cosechar con nuestra máquina, asi que la retiramos y por mi parte no hubo nunca nadie que fuera capaz de convencerme de las bondades de una buena cosechadora. La buena cosechadora es la que está a punto para segar el día que te hace falta y que cuenta con un buen mecánico que le solucione cualquier problema que se le plantee, que en las máquinas de esa segunda generación, todavía eran muy frecuentes.
Cuando estos amigos, maquileros de Albacete, dejaron de venir  puse la siega en las manos de otro buen amigo, Aguado, que también estuvo cosechando nuestro campo, hasta que decidió retirarse a la política sindical en defensa de los intereses de los maquileros.


Cosechando J.Sendra en el Toruño.


Llega un momento a finales de siglo que la tecnología de la Class, con su  nuevo sistema de alimentación y cambio en los tradicionales sistemas de trilla, sumados a las orugas que mejor resultado habían dado en todo el historial de las cosechadoras isleñas, llevó a la Lexión de Class a situarse a la cabeza de  las innovaciones para la cosecha de arroz, -hasta donde yo sé-, y realmente es una máquina extraordinmaria aunque hoy está totalmente superada por la propia Class y por otras marcas. Pero ésta cumplía  y todavía cumple perfectamente con los objetivos de recoleccíón: realizar una siega limpia, rápida, eficaz, sin problemas de roturas ni pérdidas de grano ni de tiempo.
Y con ella seguiremos cosechando hasta que el  amigo "el Canario", descendiente de aquellos primeros canarios que vinieron a primeros del siglo XX decida otra cosa o las circunstancias, que mandan, nos obliguen a buscar nuevos horizontes.


Entregando arroz en la cooperativa.


De la cosechadora al remolque y del remolque a la tolva de la cooperativa. Ese es el trabajo que le ha quedado al agricultor de toda la suma de trabajos que teníamos que realizar hasta ver nuestro arroz guardado.
La labor de un par de meses que podía durar la recolección de aquellas 50 has sumando  la siega, secado de garbas, transporte a la era y trilla, secado al sol, envasado y almacenado  en sacos o entregado al senpa, hoy,  queda convertido en tres o cuatro días de siega y transporte a la cooperativa.
Para el colono, hoy pequeño y mediano agricultor, al que no le compensa estar mecanizado, el cultivo del arroz, que era un trabajo casi inhumano, que le afectaba directamente y en el que se implicaba totalmente, hoy se ha convertido en algo realmente agradable, que para muchos, ya mayores, más que un trabjo es una solución a su problema de tener alguna obligación que le autojustifique. 



Cargando arroz para semilla o venta a corredores molinos de Sevilla y Valencia.

Esta es la alternativa a los trabajos de llenar, pesar, cargar, arreglar, transportar y descargar los sacos para la venta al senpa o el almacenamiento privado, donde además debíamos de apilar, volver a desapilar y cargar para la venta a los industriales.
En este caso vemos a Galán limpiando el secadero por la parte que tiene que pisar el tractor para cargar, con el objeto de que no pulverice los granos que quedan en el suelo  tras el arrastre de la pala, como vemos junto a él. En este caso este arroz es para semilla y tiene como primer destino la factoría de Eurosemillas, donde será procesado, pasándolo por varias limpias y seleccionador de granos, que retirará los menos pesados que se supone tienen menos poder y velocidad de germinación.
El mismo trabajo será para la venta que se realiza directamente a Valencia o  a los molinos arroceros de Arrocerías Herba, empresa hegemónica en el mundo del arroz , a través de Ebro Foods S.A., y cuya principales instalaciónes, - de las muchas que tiene repartidas por 20 países de todo el mundo-, para blanquear o vaporizar  la tiene en San Juan de Aznalfarache. También ésta última  exposición sobre esta multinacional es tremendamente simplista ya que es la primera operadora de arroz del mundo y la segunda en pastas, pero tampoco ese es el objetivo del trabajo, que no es otro que la transformación de los trabajos en el arrozal de Las Marismas del Guadalquivir a lo largo del siglo XX.


Enterrando el pasto después de quemar la parte superior de los tallos..

Este tractor, con las ruedas de fangueo o ruedas de gabia, está enterrando los rastrojos que quedan en el suelo tras el paso de la cosechadora que, al segar,  los cortó más o menos altos en función de una serie de circunstancias. Si el arroz estaba de pie, como es el caso que vemos, la cosechadora los cortará por la mitad del tallo para no incorporar demasiada paja a la trilla, pero si la suficiente para que ésta ayuda en el trabajo de desgranado, al pasar a través de los dientes del cilindro y la parrilla acompañando, a su vez, al arroz  para evitar que éste pierda la cascarilla por un roce excesivo de los granos entre si.
Es conveniente enterrar el pasto tras la siega, pues de esa forma se inicia el proceso de degradación y descomposición de la paja que, en el caso de  enterrarla en los trabajos previos a la siembra, se corre el riesgo de que su descomposición, en el momento de la germinación y desarrollo de las primeras hojas, provoque la putrefacción del pasto que se trasladará a los granos matando las raíces y por tanto la planta.
Precisamente este pasado  año de 2012, el Akiochi, -enfermedad que afectó a una parte de las siembras de J.Sendra-,  los técnicos lo achacan a un exceso de materia orgánica que ha afectado a esta variedad, sin hablar de otras variedades.
El problema, que yo sepa, sólo se ha detectado en esta variedad y en la zona Ermita-Cantarita que corresponde a las últimas tierras puestas en riego y a las que, los primeros años,  les fue muy bien la aplicación de materia orgánica. Pero, el exceso de confianza, por el buen resultado de campañas anteriores les ha llevado a una continuidad innecesaria en su aplicación que, por otra parte hay indicios  de la aplicación de materia orgánica  recién acopiada que hizo mucho daño.
También me contaba Juanvi Primo que a otras variedades también le había afectado ese exceso de materia orgánica, pero se les nota menos los efectos porque, mientras el J.Sendra mantiene la paja viva mucho tiempo después de granar, esas variedades empiezan a amarillear mucho antes de su granazón con lo que no se distingue tanto el mal,. si bien  él no le dio demasiada importancia ya con el J.Sendra afectado ha obtenido una producción superior a los 10.000 kg/ha.
Cada variedad tiene sus peculiaridades y debemos conocerlas y aprovechar las cualidades positivas o descartándolas cuando las circunstancias lo aconsejen. Por ejemplo yo desaconsejo la siembra de J.Sendra, -que es para mi la mejor variedad, agronómicamente hablando, de todas cuantas hemos sembrado en las Marismas-, pero no para un año problemático de agua salada en las tierras que normalmente padecen más en esas circunstancias. El J.Sendra aguanta los daños por sal como otras variedades habituales, pero cuenta con un problema que no se debe olvidar: Si un Puntal, por ejemplo, se le muere la paja ésta doblará y el campo se encamará, pero aun así se podrá recoger la cosecha restante. En cambio si se muere la paja del Sendra la espiga caerá directamente al agua con lo que resulta imposible su recogida.


Parcela fangueada. Ultimo trabajo del año en el arrozal.

Aquí están finalizadas todas las tareas de la campaña. Cuando se fanguea pronto, la tierra suele secarse antes de las lluvias de Otoño y se produce un nacimiento de las hierbas invernales que cuando llegue primavera se desarrollaran e impedirán que el terreno se seque con rapidez. Para evitar ese contra-tiempo, hace algunos años que se retrasa, en lo posible, esta última labor a fin de que tras el fangueo lleguen pronto los frìos y evitar  asi la "otoñada" o, lo que es más efectivo, llenar totalmente de agua las tablas después del fangueo, para que se mantengan inundadas durante todo el invierno con lo que entonces si se tiene la seguridad de no tener hierba de invierno.

6 comentarios:

  1. Felicidades por la serie de "Arroz Amargo", si acaso comentar que he echado en falta una alusión concreta al coletazo de amargura que sufrieron en principio los pequeños cultivadores de la cooperativa La ermita en 1977-78 que lo pasaron unos momentos verdaderamente amargos.

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  2. Si estabas entonces en La Ermita recordarás que yo también estuve desde su inicio, si bien no accedí a la presidencia hasta Junio ´79. Posteriormente he pasado trece años de mi vida dedicado a solucionar los enormes problemas que encontré al aceptar el cargo. No podíamos regar, todas las tierras estaban en pleito con la propiedad y estábamos cerca de que nos la quitasen. Mínima, Queipo y Mármol, querían cerrarnos el agua a toda costa, no nos daban ni coto arrocero ni concesión de agua, en fin recordarás igual que yo aquellas desagradables batallas entre unos regantes y otros, incluidos amigos y familas.
    Perdona si no he entrado, de pasada, en relatar lo que allí pasamos, ya que quiero hacer una relación de los hechos que allí ocurrieron y porqué y eso tendrá que ser en optrso caítulos específicos que entrarán en la historia del asociacionesmo en Isla Mayor.
    Espero encontrar inspiración pronto para relatar una historia que a algunos no va a agradar y por esa razón creo que mientras más tiempo pase mejor.

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  3. Tengo curiosodad por saber si a Rafael Beca se le conocía por algún seudónimo? si tuvieras algún indicio y me pudieras ayudar...te lo agradecería mil gracias. Vero

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  4. Vero, siento no poder ayudarte, pues desconozco si Rafael Beca tenía seudóninmo, pero tal vez alguno de los mayores de la Isla nos puede ayudar y te lo pasaré.

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  5. Buenos días.
    Quiero agradecerle sus textos sobre los arrozales de Isla Mayor.
    No soy de la zona, aunque la frecuento, mi afición son los pájaros y allí hay muchos. Se de alguna de las peleas que existen entre los conservadores a ultranza y la gente que vive allí y que tiene que seguir haciéndolo. Es lógico que así sea, pero me gusta saber de las zonas por donde paso y siempre me han fascinado las historias de los colonizadores.
    Lo dicho gracias por tus escritos y por el tono en que lo haces. Sería interesante en una de las visitas que hago por allí el hablar contigo, eso sí, a la sombra.
    Un abrazo y sigue escribiendo del tema.

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    1. Hola Alberto. Estaré encantado de tomar un café o cervecita contigo y charlar sobre el tema que te interesa. Yo vivo en Virgen del Carmen 3, Junto a la Sociedad de Caza y Pesca, cuando vengas no dudes en llamar y nos vemos. Un abrazo

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